jueves, 10 de noviembre de 2011

Recluidas en una cueva por una afección causada por los móviles

Cautain Anne, de 55 años, y Bernadette Touloumond, de sesenta, se han visto abocadas a pasar su tercer invierno bajo los rigores de la vida en una cueva en los Alpes. ¿El motivo? Una rara afección producida por las ondas electromagnéticas de teléfonos móviles e Internet. Las dos mujeres son hipersensibles a la radiación electromagnética causada por las ondas de la comunicación inalámbrica. Una circunstancia que les provocaba «dolores insoportables» y, ante lo cual, cualquier estrategia valía para protegerse de la radiofrecuencia: dormir en el maletero de un coche, en el sótano de un restaurante, aparcamientos subterráneos y la campiña Borgoña servían de refugio por unas horas.

Ambas llevan ahora una vida propia de ermitaños, refugiadas cerca de Saint-Julien-en-Beauchêne, en la región de Haute-Alpes. El interior de la gruta ha sido acondicionado con dos camas, una mesa, un armario y contenedores de plástico para la ropa. Se alumbran sólo con velas y carecen de calefacción y electricidad.

«Este será mi tercer invierno aquí y créeme que yo preferiría estar en casa, sentada delante de la chimenea», dijo Cautain. Antes vivía en una casa de campo, pero después de la instalación de antenas de telefonía móvil tuvo que mudarse. Ahora abandera junto a su hija Laure una campaña para la creación de las llamadas «zonas blancas» o áreas libres de la contaminación electromagnética, según recoge el canal de noticias galo «RTBF».

Una dolencia pareja al desarrollo tecnológico

Sólo en Francia, una docena de personas padece esta forma extrema de sensibilidad, aunque alrededor de un 3 por ciento de la población gala es propensa a las formas más leves de esta dolencia.

«No hay pruebas de un vínculo causal entre la exposición a frecuencias de radio y de hipersensibilidad», asegura la Agencia Francesa para la Alimentación, Salud Ambiental y Ocupacional y Seguridad (ANSES) en un informe de 2009. Fuentes médicas aseguran que ambas mujeres podrían ser tratadas con antihistamínicos que harían remitir los efectos.

«Cuando llegué a esta cueva me pregunté qué había hecho yo para terminar aquí, no lo podía creer. He perdido un montón de amigos y a mi familia le resulta difícil de entender», dijo Touloumond, ex azafata. Cautin, que se siente como «un animal cazado», trabajaba como directora técnica de la Universidad de Niza.

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